Aún recuerdo cuando me montaba en el autobús camino al trabajo y era invisible, me gustaba esa vida. Nadie se giraba a mirarte ni te hacia preguntas sobre tu vida personal o te juzgaba.

Supongo que si tuviese una discapacidad de las invisibles todo seguiría más o menos igual, pero mi silla verde pistacho me delata. 

La gente suele acercarse sin conocerme de nada y preguntarme ¿qué te ha pasado? ¿Un accidente de trafico? ¿Vas sola?

No me sienta mal que la gente pregunte, es algo a lo que te acostumbras, lo que no termino de acostumbrarme es a que la gente presuponga cosas, y lo que menos soporto es la pena. La compasión es lo que menos soporto.

No es que les des mucha información a los desconocidos, te cansas de contar tu historia, a parte que es tu intimidad, por lo que con un simple «tengo los nervios dañados» suele bastar.

Pero la mayoría te dicen: «ten fé, ya verás como volverás a caminar bien», «con esfuerzo todo se consigue« 

En ese momento suelo coger aire para no soltar un «¿usted se cree que estoy así porque quiero?

No necesito compasión ni ayuda para hacer las cosas, no necesito que nadie me ayude a subir al autobús si la rampa de acceso funciona, no necesito ayuda para comprar en la tienda de ropa si los pasillos son suficientemente anchos para poder pasar.

No necesito ayuda para llegar a los sitios si los rebajes de los pasos de peatones están bien hechos y no hay coches mal aparcados invadiendo las aceras….

Entran ganas de llevar un cartel con el eslogan: Cambio compasión por accesibilidad.

 

La gente más cercana sí que sabe mi historia con todo detalle, más que nada porque muchos de ellos han ido viendo la evolución desde el principio.   

Cuando se enteran que voy a los sitios sola, que hago las cosas de casa, atiendo a mis hijas… suelen decir: «que fuerte eres, que valiente, que luchadora«. Como si estuviesen mirando a alguna especie de heroína. 

No, no soy valiente, tengo miedo a diario, como todo el mundo. Tengo miedo al dolor neuropático que tengo, tengo miedo a que se acerque el día de la perdida total de la pierna, … 

Fuerte… tampoco, como todo cambio en la vida… tiene su proceso de aceptación, y yo tardé bastante en aceptarlo. Toqué fondo con una grave depresión mayor, es una etapa de la que no me gusta hablar y no me siento orgullosa.   

Luchadora, depende del día y de la época, hubo un tiempo que deje de luchar, deje de luchar por mí y por los que me rodean, pero hoy en día sí que puedo decir que lucho, pero como todo el mundo, ni más ni menos.   

El ir al supermercado en una silla, no quiere decir que luche más que otros, puede que sí que me cueste más trabajo y tiempo, pero eso no quiere decir que luche más.   

Cuando recojo a mi hija del colegio no lucho más que otros o soy mejor madre que otras, soy igual, incluso mas lenta que otras madres por mi particular carrera de obstáculos.  

Creo que las personas con alguna discapacidad lo último que quieren en dar pena o sentirse «especiales» por ello.  

Tan sólo se necesita accesibilidad y respeto, de ésa manera no habrá que considerarnos como pequeños héroes anónimos. 

Y hasta que esto no se vea así quedará aun mucho por hacer en el tema de la inclusión. 

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