Ayer tuve la suerte de ser invitada al colegio de mi hija para dar una una charla sobre la accesibilidad, y barreras arquitectónicas. 

En la asignatura de Ciudadania suelen dar temas del día a día, es cierto que no aprenderán ni matemáticas, ni geografía ni literatura, pero sí que ven la realidad del mundo que les rodea.

En clase leyeron un texto, era una carta al director de una madre que contaba las dificultades que encontraba en el día a día para moverse por su cuidad con el carrito de su bebé.

A raíz de ahí, aprovechando que soy usuaria de silla de ruedas me propusieron el hablarles de mi experiencia. 

Ingenua de mí, pensaba que les daría una lección a los niños. Puede que a los adultos sí que hubiese podido dársela, pero ¿a los niños?, creo que fueron ellos los que me la dieron a mí.

Haciéndome ver que aún queda esperanza en ellos, que se dan cuenta de más cosas de las que nos imaginamos, y que tienen una capacidad de empatía infinita.

 

Lo primero de todo les pregunté a los niños que qué significaba para ellos la palabra discapacidad, y los más destacado fue:

  • Problema

  • Enfermedad

  • Dificultad

De forma espontánea, muchos de los niños compartieron que tienen  familiares cercanos con algún tipo de discapacidad. 

Por lo que les resalté que, el tema que íbamos a tratar, era algo muy cercano y no algo que no les va a afectar y que en dos días olvidarían. 

Seguidamente les pregunté que si alguno de ellos tenía gafas y que qué pasaría si no las llevasen.

Evidentemente todos los que llevaban ganas dijeron que las necesitaban para ver y que si no las llevaban no podían ver la pizarra, leer ni jugar con sus amigos.

Les dije que eso mismo me pasa a mí con mi silla de ruedas, sin ella no puedo hacer una serie de cosas, pero llevándola soy como cualquiera otra persona, que hace lo mismo que los demás, al igual que ellos con sus gafas.

Les expliqué la gente me suele mirar con pena, por lo que ellos mismo habían dicho, te ven como a una persona: «enferma, con problemas y dificultades».

Pero les expliqué que yo no me siento así, a mí mi silla me da libertad, me deja ir a comprar, ir a pasear con los amigos, pasear con mis hijas, llevarlas al colegio, limpiar en casa y llegar a todos los sitios, incluso bailar. Algo que sin ella sí que sería una persona «enferma, con problemas y dificultades».

Pero también les dije que existe una triste realidad, y son las barreras arquitectónicas que aún siguen existiendo a día de hoy.

No tenían que irse muy lejos para verlas, y les indiqué que reflexionaran sobre lo que pasaba en la entrada y salida del colegio en las aceras y pasos de peatones. Mi pequeña y diaria carrera de obstáculos.

Si un coche aparca en la acera hace que una persona con movilidad reducida no pueda bajar el escalón para rodearlo y tendría que dar media vuelta hasta el siguiente paso de peatones cruzar y volver al lugar donde se encontraba inicialmente.

Y lo mismo ocurre en los pasos de peatones invadidos por vehículos, siendo el único tramo de la acera que está rebajado con ausencia de escalón, tengo que desplazarme hasta encontrar el siguiente paso de peatones libre.

Todo ello con la intención que se diesen cuenta que ese «problema» no lo tengo solamente yo por usar silla de ruedas.

Como ellos mismos vieron, todos a lo largo de nuestra vida vamos a tener algún tipo de lesión que nos obligará a desplazarnos con muletas, silla, andadores o simplemente empujaremos el carrito de un bebé.

Por lo que la accesibilidad es primordial para para todos, y no hace falta estar incapacitados durante un tiempo, simplemente cuando ellos sean ancianos necesitarán de esas rampas, puertas anchas o ascensores.

Seguidamente les volví a preguntar la misma pregunta que al principio de la jornada: «¿Qué significa para vosotros discapacidad?» 

Ésta vez aparecieron palabras como esfuerzo y superación entre otras. Ese momento fue el más emotivo de todos para mí. Mis dudas de si la jornada serviría para algo tenía como respuesta un SÍ con mayúsculas. Habían cambiado su visión frente a la discapacidad.

Por último les propuse el salir a la calle con mi antigua silla de ruedas y mis muletas.

Mi intención era sencilla, que pudiesen ver la vida desde ahí, y que se pusieran en la piel de las personas con movilidad reducida aunque fuese unos minutos, a la vez que pasaban un rato divertido.

Ellos mismo se dieron cuenta que no podían acceder al wc, beber en la fuente de agua sin mojarse o incluso subir a la clase.

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