Llevaba más de un año de baja y la empresa no paraba de llamarme para preguntar cuando me incorporaría. 

Me tenían que volver a operar. Esta vez ya con un diagnóstico diferente, tenía una severa infección ósea debido a una bacteria en mi prótesis. 

Aún no había pasado el tribunal médico, pero recuerdo perfectamente el día que le dije por teléfono a mi jefe: “Id buscando a alguien que me sustituya, no sé cuando me recuperaré, pero sé que aquí no podré volver a trabajar”. 

Aún a día de hoy me sorprende con que entereza se lo dije, ya que es algo que aún a día de doy, es de lo que más me duele, no trabajar. 

Después de prórrogas, altas, bajas… el tribunal médico me dio la incapacidad.

Tuve sentimientos muy encontrados, ya que a la vez que fue un alivio resultó ser un mazazo muy grande. 

Por un lado fue una tranquilidad porque ya que no podía trabajar… el tener una entrada económica, por pequeña que fuese era un respiro. 

Pero por otro lado… que te digan con poco más de 30 años que no eres apta para trabajar… duele muchísimo. 

Recuerdo la gente cuando me decía : “¿Te han jubilado? Qué suerte”. A mí se me llenaban los ojos de lágrimas. 

Fue ahí cuando empecé a valorar realmente lo que es trabajar cuando me incapacitaron.

Un trabajo no es solo un aporte económico para la casa. Un trabajo te da muchas más cosas. Te hace que te relaciones con gente, que entres y salgas, te obliga a arreglarte todos los días, a salir de casa… 

Yo había perdido todo eso, y la gente y amigos me decían, y a día de hoy me sigue diciendo,  que que suerte.

¿Suerte en qué? ¿En tener dolor constante? ¿En pasar una decena de veces por quirófano en unos meses? ¿En perder tu Salud y tu vida de antes? ¿En perder la movilidad? 

Sinceramente no veo la ventaja de que te incapaciten.

Pin It on Pinterest

Share This