El propio Dalai Lama decía qué “El propósito de nuestras vidas es ser felices”
Dicen que vida no hay más que una y qué y que por ello tenemos que intentar ser lo más felices posible.
Lo qué no nos cuentan es qué sí que seremos felices, pero también lloraremos, nos caeremos, lucharemos, nos hundiremos…
Nadie está hecho para vivir enfermo, y menos para vivir con dolor crónico.
Es cómo si intentas mantener una vela encendida en medio del mar, entre sus olas.
Con las salpicaduras del agua es normal que la vela se apague, y aunque la encendamos una y otra vez, la mecha, llega un momento que llega a estar tan mojada, y la cera tan fría, qué ya no se vuelve a encender.
Y si decides meter en un tarro la vela encendida para qué no se moje, llega un momento en qué se consume el oxígeno y con el la llama.
La única solución para mantener encendida esa vela es con la ayuda de alguien.
De tal manera que puedas hacer un relevo nadando y alzando la vela para que ésta se mantenga encendida.
Aún así seguramente por el viento o en agua se seguirá apagando, pero será más fácil volverla a encender.
Lo mismo nos ocurre a nosotros mismos (la vela), con el dolor crónico (el agua y el viento).
El dolor crónico es el encargado de no dejar vivir al qué lo padece, limitándote, deprimiéndote, enfadándote, y finalmente agotándote.
Pero si tienes un buen compañero que te ayude en esos días en qué el dolor es más fuerte que tú, en hacerte reír cuando es lo último en piensas, que te ayuda cuando estás cansada… sí, se puede vivir esa vida feliz de la que nos han hablado.
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