La discapacidad cognitiva o intelectual se caracteriza porque el niño sufre un crecimiento o desarrollo mental retardado. El retraso se sufre en el proceso de aprendizaje, por lo que las habilidades intelectuales se adquieren de forma tardía o a veces incompleta.
Las habilidades que se ven afectadas son la comunicación, las habilidades sociales, el cuidado personal, la independencia, el ocio, el trabajo o incluso la salud.
Para detectar una discapacidad cognitiva, evidentemente se necesita el diagnóstico de un profesional. Sin embargo, existen factores que pueden ayudarnos a identificar, en una edad temprana, que el niño tiene problemas de desarrollo intelectual:
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El niño no sostiene la cabeza cuando tiene más de 4 meses de edad.
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No se sienta solo cuando tiene más de 8 meses.
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Tiene dificultades para sostenerse de pie cuando tiene más de 11 meses.
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Cuando tiene 12 meses debe empezar a pronunciar palabras, si no lo hace, puede que estemos ante un síntoma de discapacidad. También es un signo claro que al comenzar a hablar, lo hace con cierta dificultad.
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No puede andar sin apoyarse si tiene más de 17 meses.
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El niño no es capaz de recordar las cosas.
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Con más de 5 años, al niño le cuesta trabajo hacer actividades de razonamiento lógico.
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Tiene dificultades para seguir instrucciones y normas.
En el caso de que detectemos 4 o 5 de estos factores, deberemos acudir a un especialista, para tener un diagnóstico seguro. El especialista realizará las pruebas pertinentes para determinar si estamos ante un caso de discapacidad cognitiva o no.
El primer diagnóstico lo realizará el pediatra, que observará el retraso en el desarrollo del niño. Éste determinará si es necesario remitir al niño a un neurólogo especializado en pediatría y poder empezar a trabajar con una atención temprana.
El neurólogo se encargara de realizar pruebas y estudios para determinar el funcionamiento cerebral y el coeficiente intelectual del niño, medir su capacidad de aprendizaje, sus habilidades y razonamiento,…
Sin embargo, es muy importante estar muy atento a cualquier signo que pueda decirnos que algo no va bien en el desarrollo de nuestro hijo.
Cada niño es diferente, y sus capacidades también, por lo que tienen un ritmo de aprendizaje distinto. Así que, no debemos obsesionarnos, ni presuponer que existe una discapacidad al primer signo.
Ante la duda, siempre es mejor consultar con el pediatra, y él valorará la necesidad o no de preocuparse.