La motricidad es la capacidad de movimiento del cuerpo humano. La psicomiotricidad integra los aspectos psicológicos y su rol en la maduración de la personalidad.
Los movimientos corporales voluntarios resultan posibles gracias a la participación del sistema nervioso central, los músculos y las articulaciones.
La motricidad infantil evoluciona desde el nacimiento del niño mediante un proceso de aprendizaje.
Los pequeños aprenden, cada uno a su ritmo, las diferentes habilidades posturales humanas como sentarse, gatear, mantenerse en pie o caminar. Existen dos tipos de motricidad:
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Motricidad gruesa. Se desarrolla primero. Es la capacidad para generar movimientos amplios como puede ser agitar los brazos. Dichos movimientos se llevan a cabo mediante la coordinación de grupos musculares grandes. Influye más la fuerza que la precisión.
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Motricidad fina. Permite al cuerpo ejecutar movimientos precisos de corto recorrido. Por ejemplo, cuando el niño aprende a sostener un lápiz o a utilizar los cubiertos. La maduración de habilidades de motricidad fina se utilizan como un baremo del desarrollo del pequeño.
Si el pequeño sufre alguna enfermedad cerebral o del sistema nervioso, esta conlleva un deterioro más o menos acentuado de la movilidad.
Cuando la patología perjudica la capacidad de movimiento del niño, puede ser propenso a la baja autoestima y al deterioro de sus relaciones con el resto de la gente.
El desarrollo motriz interactúa con múltiples facetas de la maduración del pequeño.
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Maduración social. Cuando un niño es incapaz de seguir a los demás pequeños en su actividad física y juegos, acaba expulsado del grupo; o él mismo se exilia y evita las situaciones que lo dejen en evidencia.
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Crecimiento físico. La ausencia de ejercicio físico impide el pleno desarrollo óseo, muscular y nervioso.
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Desarrollo mental. Las facultades cognitivas se incrementan cuando la motricidad del pequeño ha madurado con normalidad. Los niños activos desde el plano físico son más receptivos ante el aprendizaje y gozan de mejor capacidad de concentración.
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Percepción sensorial. Relacionada con la calidad del ejercicio físico. El niño utiliza y afina sus sentidos durante el juego y los deportes, porque necesita orientarse y coordinar sus movimientos.
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Estabilidad emocional. Los jóvenes sanos y en buena forma física, suelen ser más estables desde el punto de vista psicológico y presentan menos problemas de autoestima.
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Desarrollo del habla. La falta de motricidad fina puede causar que el niño no coordine los gestos necesarios para la expresión verbal y le impida comunicarse con fluidez.
Beneficios de la motricidad infantil
La motricidad la tenemos que concebir como un elemento más que forme parte de la educación, ya que aporta numerosos beneficios en los más jóvenes tanto en la etapa primaria como secundaria.
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Desarrollar la motricidad hace que, en general, se mejore cualitativamente el movimiento y favorece el dominio de diferentes habilidades.
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Gracias a los ejercicios motrices los más jóvenes tendrán un mayor sentido del equilibrio y de la coordinación.El equilibro es un sentido que nos informa cómo se sitúa nuestro cuerpo respecto al espacio y al sitio donde estamos y por tanto, desarrollar esta habilidad es fundamental para la vida. Además, el equilibrio influye en la coordinación de todo nuestro cuerpo.
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Otra habilidad que se desarrolla gracias al trabajo motriz es la agilidad. Los niños podrán hacer movimientos de manera más fluida, con precisión y eficaz.
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Además de estas cualidades la motricidad impulsa el desarrollo de otras como la percepción del espacio-tiempo.
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Algo que resulta obvio es que al trabajar la psicomotricidad desarrollamos en los más jóvenes las habilidades físicas básicas como la velocidad, fuerza o resistencia.
Mejorar la motricidad gruesa con juegos
Los juegos que apoyan la motricidad gruesa necesitan de suficiente espacio.
Implican actividad física intensa, fuerza, resistencia y coordinación.
Un parque infantil es el entorno ideal para que el niño pueda correr, saltar y realizar actividades.
Juegos como el pilla-pilla, pruebas de puntería lanzando una pelota a una pila de objetos, carreras a la pata coja u otros en los que cueste mantener el equilibrio, resultan idóneos para esta fase de crecimiento.
Mejorar la motricidad fina con juegos