Hoy  jueves 2 de mayo se celebra el Día Mundial contra el acoso escolar. Expertos en el tema como Álvaro Ferrer, de Save the Children, reiteran la importancia de formar a los profesionales que trabajan con los niños.

Para que puedan identificar la violencia y cuando ya ocurre, poner en marcha protocolos obligatorios en todos los centros y medidas de carácter educativo y terapéutico que acompañen tanto a las víctimas como a los agresores, entendiendo que son niños que deben darse cuenta de la consecuencia de sus actos.

Cerca del 90 % del profesorado ha recibido formación, además de materiales e información para actuar de manera correcta ante casos de bullying.

La implicación de toda la comunidad educativa es fundamental en esta cuestión.

 

Pero detras de todo esto hay solamente una realidad. Un niño que vuelve del colegio sin querer hablar de cómo fue su día. Una niña que le ruega a sus padres que la dejen faltar a la escuela. O un menor que llora en silencio mientras mira su smarphone y ve un video de la humillación que sufrió en el aula mientras todos se reían.

Todas son situaciones que se viven con mayor frecuencia de la que se habla del tema. Y este tema  tiene nombre: bullying.

Hay que tener en cuenta que esta problemática no es nada nueva, ni tampoco esta  en camino a erradicarse.

De hecho, según datos globales de Unicef,  la mitad de los adolescentes del mundo sufre violencia en las escuelas.

Alrededor de 150 millones de estudiantes de entre 13 y 15 años han confesado sufrir de violencia entre compañeros en la escuela y en sus inmediaciones.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la primera causa de suicidio adolescente. Por eso, son cada vez más las acciones globales que se intentan llevar a cabo para combatir este fenómeno.

Personalmente pienso que el bulling ha existido siempre, pero con una diferencia. Recuerdo que una simple cogera, el tener unos kilos de más, llevar el pelo corto, o heredar la ropa de tus hermanos, era la excusa suficiente para que se metiesen contigo. Y ya no os cuento en el caso de niños con alguna discapacidad.

Hoy en día no creo que se diferencie mucho la cosa, a expensas de que antes llegabas a casa, decidías si bajas a la calle despues de hacer los deberes, dormías y para el día siguiente las cosas se aplacaban.

Hoy en día alguien te graba en los vestuarios sacandote el michelín, la cogera o un simple tropiezo que tengas.

Cuando llegas a casa y quieres desconectar te estan llegando avisos de las distintas redes sociales de la mofa, video, comentarios y risas.

Cuando llegas al día siguiente se ha enterado hasta el compañero que lleva una semana con gripe en casa. Esa es la diferencia.

Por lo que hoy en día el menor no puede descansar, la bola se va haciendo más y más grande y al final termina afectando al menor de una forma desmesurada.

El problema es que ante el constante acoso que sufre el que padece la problemática, aquellos que se animan a contar por lo que están pasando muchas veces se enfrentan al desconocimiento o a la falta de un protocolo para poder actuar.

Por eso tenemos que hablar tristemente de casos que todos hemos oido de suicidio infantil.

El acoso escolar o bullying se cobra alrededor de 200 mil suicidios al año entre jóvenes de entre 14 y 28 años según un informe realizado por la Organización Mundial de la Salud junto a Naciones Unidas. 

El papel de los padres para prevenirlo es fundamental, ejerciendo una tutela responsable sobre cómo utilizan sus hijos las nuevas tecnologías.

También es vital el papel de los docentes y educadores, pues es precisamente a partir del ámbito escolar donde se señalan las víctimas y se inician las campañas, debiendo el profesorado detectar la aparición de estas conductas e informar sobre las graves consecuencias de este acoso a los padres.

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